lunes, 25 de diciembre de 2017
CAPITULO 1
Sintió el amargo sabor de la bilis en la garganta. Pedro Alfonso arrojó bruscamente el informe del investigador sobre el escritorio de madera de caoba, haciendo que los papeles salieran volando y planearan hasta caer sobre la espesa alfombra de la oficina.
A través de la puerta abierta a sus espaldas, oyó el zumbido del motor de la lancha al alejarse de su embarcadero privado en una isla cerca de Auckland.
El amargo sabor de boca que tenía rivalizaba con la malevolencia de las acciones de su ex esposa. Por si su insaciable afición a las fiestas y al juego no hubiera sido suficiente, ahora se había enterado de que, a los seis meses de matrimonio, se había deshecho de su bebé, el hijo que sabía que él deseaba, y a continuación se había dejado esterilizar.
Si no hubiera sido por un descuidado comentario de una de sus amigas en un reciente evento para recaudar fondos, no se habría enterado. Un insignificante comentario bastó para que empezara a investigar hasta confirmar que había mentido sobre el aborto.
La prueba de su traición estaba ahora esparcida por el suelo.
La información le había costado un ojo de la cara, pero valía cada céntimo que había pagado por ella.
Había conseguido una copia de su ingreso en un hospital privado de hacía cuatro años, las facturas del anestesista, del cirujano, del hospital y de los trámites de finalización y esterilización. Y él había sido completamente ajeno a todo ello. Sintió un desgarro en el corazón.
¿Y ahora quería más dinero? Se lo habría dado con tal de deshacerse de ella, hasta el momento en que recibió aquella información. Había ido demasiado lejos.
El reloj de época dio la hora. Eran las nueve. ¡Maldición! Por culpa del encuentro, llegaría a la oficina con más retraso de lo que esperaba. Marcó el número de la oficina.
—Paula, voy con retraso. ¿Algún mensaje o problema?
—Nada urgente, señor Alfonso. He reprogramado su videoconferencia con Nueva York —la dulce voz de su asistente personal fue como un calmante tras la locura de aquella mañana. Gracias a Dios aún podía confiar en algunas personas.
Pedro se puso la chaqueta del traje, se arregló la corbata e, ignorando el crujir del informe bajo sus pies, salió por la puerta hacia el helicóptero que lo esperaba para llevarlo de su casa en la isla al distrito financiero de Auckland.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario