lunes, 25 de diciembre de 2017
CAPITULO 12
En el hospital privado situado en uno de los prestigiosos suburbios de Auckland, Paula cepillaba el pelo de su hermana de leche. Era lo único que podía calmar a Andrea aquella tarde.
—Siento haberle estropeado las Navidades —dijo la enfermera al pie de la cama—. Parecía haber empeorado. Intentamos localizarla antes para hacérselo saber.
—Lo sé. Lo siento —contestó Paula con sonrisa de preocupación—. Hizo lo correcto al llamarme.
—Espero que no interrumpiéramos nada importante.
—No, nada que no pudiera esperar.
—Quizás las próximas Navidades haya alguien especial que le haga perder la cabeza —continuó la enfermera, haciendo un guiño—. Nunca se sabe lo que a uno le espera.
Las mejillas de Paula se sonrojaron. No, nunca se sabía lo que a uno le esperaba, y por eso no iba a acostarse con Pedro otra vez. La enfermera no sabía hasta qué punto había dado en el clavo. Paula se limitó a sonreír brevemente y dejó el cepillo, observando el tic nervioso del cuerpo incomunicativo que yacía sobre la cama. No se parecía en nada a la exuberante adolescente que la había ayudado a creer en sí misma cuando nadie lo hacía. El destino les había sonreído cuando fueron acogidas juntas en el mismo hogar.
Aunque era improbable que Paula portara el gen de Huntington, que lenta y dolorosamente le estaba robando a su mejor amiga, ¿quién sabía qué podía transmitirle a sus hijos?
Y mientras Paula fuera la responsable de los costes médicos de Andrea, no podría permitirse pagar a un investigador para averiguar quiénes eran sus padres. Así que la decisión era simple. Jamás tendría hijos. Andrea era mucho más importante que cualquier otra cosa en ese momento. Incluso que Pedro Alfonso.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario