lunes, 25 de diciembre de 2017
CAPITULO 5
¿Qué la necesitaba? Aquélla era una inesperada novedad ante la que no estaba segura de cómo reaccionar. Intentó aparentar tranquilidad, pero en cuanto sus ojos se encontraron con los suyos, no pudo evitar desviarla, nerviosa, hacia sus dedos sobre la manga de su traje.
El corto viaje en ascensor se hizo eterno. Estaba segura de que se derretiría si no llegaban pronto, y de que se desinhibiría y terminaría presionando su cuerpo contra el de él.
El aire fresco de la cafetería al abrirse las puertas del ascensor fue un respiro.
Los empleados y socios ya habían empezado a llegar, y estaban dando vueltas por la sala, conversando.
Pedro se preguntaba cuánto tiempo tardaría en poder escaquearse de sus responsabilidades y refugiarse en su apartamento. Un par de horas a lo sumo. Paula también necesitaba descansar. Le había asustado aquella noche al ver su rostro tan pálido como la pared al otro lado de la sala durante la fiesta infantil. A pesar de su negativa, estaba claro que algo no iba bien.
Paula era la antítesis de la indignación y furia de Carla. Era la personificación de la calma en medio de una tormenta.
Aquella noche, nada más verla, recordó que era una mujer, una mujer bella y sensual. Observó la curva de su cuello cuando se inclinó a buscar algo en su bolso, y se preguntó cómo sería acariciar su piel. Pero rápidamente borró sus pensamientos. Era su asistente personal, y se horrorizaría si los descubriera. Palidecería incluso más que aquella tarde.
Ahora, en cambio, sus mejillas estaban sonrojadas, y sus ojos tenían un brillo del que antes habían carecido.
Se alegraba de haber tomado la decisión un poco antes de dejar a Julieta a cargo del resto de la velada. Paula se merecía un descanso, y su asistente estaba entusiasmada por la oportunidad de demostrar su valía. Así, Paula podría quedarse junto a él el resto de la velada. Todos salían ganando.
—Relájate, Paula —le dijo al oído—. Estás fuera de servicio —su débil fragancia inundó sus sentidos, haciendo que se quedara pegado a ella durante un instante.
—Pero alguien tiene que supervisar…
—Relájate —repitió con voz tranquilizadora.
Con la cabeza aún inclinada sobre la de Paula de forma tan íntima, se dio cuenta de que algunos de los empleados les miraban, y no hacía falta mucho para avivar los rumores, aunque la mayoría no osaría arriesgarse a ser pillado hablando de uno de los Alfonso. Tenía que recuperar la compostura, aunque no deseaba hacerlo.
—Tiene que dejar que haga mi trabajo —protestó Holly de nuevo, retrocediendo un paso.
Pedro agarró con un gesto elegante dos copas de champaña de la bandeja de un camarero que pasaba junto a ellos y le puso una a Paula en la mano.
—Tu trabajo ya está hecho, Paula. Toma, celebremos otro brillante año — brindó, chocando suavemente su copa con la de ella.
—Sabe que no bebo en los eventos de la empresa.
—Deja de protestar y alégrate —recorrió la habitación con la mirada—. Aparenta estar disfrutando —dijo, bajando la voz y con mirada burlona—. Insisto — por un instante pensó que se lo había tomado en serio, hasta que una mirada de rebeldía tiñó sus intensos ojos azules.
¿Había notado el color de sus ojos antes de aquella noche?
Por supuesto que no había prestado atención a sus facciones, dadas sus respectivas posiciones en la empresa, y en la vida, pero entonces ¿por qué aquella noche deseaba descubrir más detalles? Sintió el impulso de acercarse de nuevo a ella, y posó su mano sobre la piel expuesta de su espalda, que se tensó inmediatamente bajo el tacto de sus dedos. El contraste entre sus fríos dedos y el intenso calor de la piel de Paula le recordó de nuevo sus diferencias, sus posiciones, urgiéndole a desistir. Sintió entrecortarse la respiración de Paula. Se estaba pasando de la raya. De mala gana, retiró la mano. Al parecer justo a tiempo, puesto que Julieta se acercaba efusiva y llena de orgullo.
—No tienes nada de qué preocuparte, Paula. Lo tengo todo bajo control. Creo que la idea del señor Alfonso de dejar que disfrutes de la fiesta esta noche es estupenda. ¿No crees? Por una vez puedes ser una de las invitadas y divertirte.
Paula mostró lo más parecida a una sonrisa. Por dentro estaba a punto de deshacerse en mil pedazos.
—Gracias, Julieta. Pero no dudes…
—Estás haciendo un trabajo estupendo, Julieta. Gracias —los dedos de Pedro volvieron a acariciar la espalda de Paula, haciendo que se le pusiera el vello de punta y que se le atragantaran las palabras que pensaba pronunciar. No podía aguantarlo más. Dio un paso hacia delante y se giró para que él no pudiera alcanzar su piel desnuda.
—Señor Alfonso…
—Pedro. Y déjalo estar por esta noche, ¿de acuerdo? Ordenes del jefe. Y hablando del jefe, vamos a ver al mío —hizo una señal hacia donde estaba su padre, Antonio Alfonso, el fundador y presidente de Alfonso Enterprises. Como patriarca que era, su postura erguida irradiaba fuerza y orgullo mientras observaba la sala.
La gentil presión de la mano de Pedro en su espalda volvió a provocar una oleada de calor en el cuerpo de Paula. Apenas pudo devolver los saludos y felicitaciones festivas de los demás empleados al atravesar la multitud de camino al otro extremo de la sala.
Al acercarse al grupo de ejecutivos sénior, Paula trató de ignorar la mano de Pedro en su espalda para recuperar la compostura. Estaba acostumbrada a trabajar con hombres de su categoría y nivel de poder, pero había algo en Antonio Alfonso que demandaba mayor respeto. Un respeto que, para Paula, rayaba el sobrecogimiento. Desde luego, no quería caer a sus pies como una tonta sólo por que su hijo pequeño estuviera haciendo que se derritiera.
Antonio Alfonso, primera generación de inmigrantes italianos, que habían anglicanizado su nombre para integrarse mejor en su país de adopción, Nueva Zelanda, había creado Alfonso Enterprises de la nada. Y Paula no tenía ninguna duda de que aún podía echar un pulso con el mejor. Pero no era eso lo que más causaba admiración en ella. No. Era su absoluta devoción por la familia. Su constante y persistente amor y devoción por su esposa, fallecida hacía años. Había criado a sus tres hijos mientras construía su imperio y, a pesar de las dificultades, nunca había abandonado su crianza, como había hecho su madre al deshacerse de Paula como si de un paquete no deseado se tratara. Y había conseguido crear y conservar una fuerte unión familiar entre ellos.
Paula habría dado cualquier cosa por tener un pasado así.
Un pasado propio.
Aquellos pensamientos surtieron su efecto, y Paula se adelantó, ya fuera del alcance de Pedro, para saludar a su padre.
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