lunes, 25 de diciembre de 2017
CAPITULO 8
Paula observó a Pedro introducir su tarjeta en el control de seguridad que daba acceso al apartamento del ático del edificio que usaba durante la semana, cuando terminaba tarde y no resultaba práctico volar a su casa de la isla.
Sabía que podía detenerlo si quería, pues ante todo era un caballero. Pero no quería. Tan sólo deseaba pertenecer a alguien pasajeramente. Nada más. Nunca se había atrevido a soñar más allá. Desde que fue lo suficientemente mayor para entender lo que había pasado, que su madre jamás volvería a por ella y que no había nadie más a quien le importara lo suficiente como para volver a buscarla, la Nochebuena siempre había sido el día más difícil del año.
Resultaba algo irónico que tras todos aquellos años, la única vez que se había permitido buscar consuelo había resultado siendo su primera experiencia sexual.
¿Era por eso por lo que no se había resistido? ¿Era tan patética que estaba dispuesta a aceptar lo que fuera con gratitud? Sí.
De repente, el comentario sobre la falta de protección caló en ella. Se había dejado llevar por el deseo, por el instinto, y en el momento ni se le había pasado por la cabeza la posibilidad de quedarse embarazada. ¡Qué estúpida! De ningún modo podía tener un bebé. Contó los días desde su último periodo. Si las conversaciones en la cafetería de las mujeres que estaban desesperadas por quedarse embarazadas eran acertadas, debía de estar a salvo. Y, bueno, siempre estaba la píldora del día siguiente, si encontraba una farmacia abierta en Nochebuena en el suburbio en que vivía. Eso era lo que haría. Tan pronto como volviera a casa, buscaría la farmacia más cercana.
Durante tres años, no había sido para Pedro más que un elemento más de la oficina, ¿y de repente había decidido pasar la noche con ella? ¿Qué había causado tal cambio?
Carla, eso debía de ser. Se había comportado de forma anormal desde el encuentro con su ex mujer aquella tarde.
Ira y pasión eran dos sentimientos muy intensos. Paula había aprendido durante sus problemáticos años de adolescencia lo intrínsecamente unidas que podían estar ambas emociones. Pedro había pagado su ira con Carla, y ahora le dedicaba la pasión a ella. La ocurrencia fue como un latigazo. Pero qué más daba. Era una persona adulta, que sabía cuidar de sí misma.
Si él quería encontrar consuelo en ella, que así fuera. Podían engañarse el tiempo que tardara en consumirse esa pasión, cosa que no tenía duda de que ocurriría, al menos por parte de él.
En cuanto a ella, el hacer el amor sólo había conseguido intensificar sus sentimientos hacia él. Pero eran como aceite y agua. Él, niño rico, y ella, del barrio erróneo de la ciudad.
Él, un hombre que deseaba tener niños algún día, y ella, mujer que había jurado no tenerlos jamás.
Pedro le tomó las cosas al entrar en el apartamento suntuosamente amueblado, y las dejó sobre un sofá de cuero. En silencio, fue al bar y sirvió dos copas de vino. La observó llevarse la copa a los labios y tomar un sorbo.
Todavía conservaba el sabor a ella. Y todavía la deseaba con una intensidad que hacía que le temblara la mano al brindar con la copa.
—¿Podrías haberte quedado embarazada?
—Imposible.
—No hay nada imposible, Paula. ¿Y si ocurre?
—No pienso tener hijos —sus palabras fueron como un cuchillo atravesando sus vísceras. Palabras duras, viniendo de una mujer de su edad, e irónicamente palabras que su ex mujer jamás había pronunciado a pesar de ser ésa su intención.
—¿Quieres decir que interrumpirías el embarazo? —Resultaba difícil mantener un tono de voz exento de ira.
—Yo no he dicho nada parecido.
—¿Entonces qué es lo que has dicho? Puede que sea demasiado tarde ya.
—En el peor de los casos, yo me ocuparé.
—Tengo la sensación de que no estás hablando de amor y cuidado.
—Mira, ya te he dicho que es seguro.
—Eso es lo que tú dices. No hay nada infalible, Paula. Y dudo que estés bajo algún tratamiento anticonceptivo. ¿Lo estás? —Por encima del borde de su copa, vio a Paula sacudir la cabeza enérgicamente. Sólo había una cosa segura, y era que Paula no se encargaría de ello si estaba embarazada. Jamás volvería a pasarle nada a ningún otro hijo suyo.
La pena y el dolor resurgieron en su interior, pero inmediatamente sofocó esos sentimientos. Ya tendría tiempo de llorar la pérdida más tarde. La pérdida era todavía demasiado reciente para asimilar. Tendría que esperar hasta que pudiera enfrentarse a ella a su tiempo, a su manera. Por el momento, tenía la intención de transformar la energía que bullía en su interior en algo positivo. Algo que reemplazara la sensación de pérdida con sensaciones físicas y placenteras.
Pedro le quitó a Paula la copa de vino, la dejó sobre una mesa, y le tomó la mano.
—Yo te cuidaré, Paula —prometió. Si estaba embarazada de su hijo, se encargaría de que ambos tuvieran lo mejor que la medicina y el dinero pudieran ofrecer.
—Me puedo cuidar yo sola —levantó la barbilla, desafiando a sus palabras, sin embargo, su voz flaqueó.
¿Había dicho cuidarla? ¿Qué demonios estaba pensando? ¿Acaso el hacer el amor con ella le había intoxicado hasta crearle una confusión mental? Se esforzó en identificar sus motivos y, por primera vez en su vida, no le gustó la respuesta. ¿Se había dejado llevar tanto por la información recibida aquella mañana, que inconscientemente se había aferrado a la siguiente oportunidad? La idea le resultaba inaceptable, sin embargo no podía afirmar categóricamente que alguna parte de su corazón herido no hubiera hecho que manipulara la situación, manipulara a Paula para sus propios fines. Le soltó la mano como si de fuego se tratara.
—Paula, yo… —no, no podía disculparse por haber hecho el amor con ella, especialmente cuando deseaba hacerlo otra vez.
Ella presionó los dedos sobre sus labios con suavidad.
—Shhh. No lo digas. No digas que lo sientes.
¿Tan bien lo conocía? La sorpresa le dejó sin habla.
—Somos adultos —continuó, primero vacilante, pero con mayor seguridad con cada sílaba que pronunciaba—. Los dos sabemos lo que buscamos. No te pido un para siempre, Pedro, sólo esta noche —perfilo sus labios con los dedos.
El sonido de su nombre en sus labios terminó por derrumbar la última barrera de indecisión en Pedro. Estudió su rostro y sus ojos con atención, en busca de algún rastro de renuencia, y apenas pudo reprimir su regocijo al no encontrar ni uno.
—Esta noche, entonces. ¿Lista? —dijo, apartando la mano de sus labios para besarle los nudillos.
—Sí —respondió ella, decidida. Era lo que quería. Abrió los labios de placer al sentir el calor de su lengua recorriendo los espacios entre sus dedos.
—Vamos.
Al entrar en el dormitorio, suavemente iluminado, le soltó la mano. Paula se quedó de pie bajo el marco de la puerta, observando las exuberantes cortinas de las ventanas y los muebles tallados a mano. Pedro apretó un botón en un control remoto, y las cortinas se cerraron.
—Ven —le dijo Pedro, de pie junto a la inmensa cama.
Nerviosa, Paula hizo lo que le dijo.
—Desnúdame.
¿Por dónde empezar?, pensó Paula por unos segundos.
Entonces, sus manos, como si tuvieran voluntad propia, empujaron las solapas de la chaqueta por encima de sus hombros, dejando que cayera al suelo. Sacó la camisa de sus pantalones y la desabrochó botón a botón hasta abrirla completamente. Una mano tras otra, abrió los puños de la camisa, y se la quitó. Tenía un cuerpo hermoso. Su fortaleza se hacía evidente en el ancho de sus hombros y de su torso.
Le oyó aspirar al llevar los dedos hacia donde le había rozado anteriormente esa misma tarde para tratar desabrochar sus pantalones.
—Espera.
Sus dedos se detuvieron. Quería terminar lo que había empezado. ¿Habría cambiado de opinión ahora que sabía lo novata que era?
—Acaríciame.
—¿Así? —Para su sorpresa y deleite, sus pezones se endurecieron al recorrer con sus dedos el torso desnudo y dibujar círculos alrededor de los pezones.
Con un gemido, él le agarró las manos, deteniendo su recorrido hacia el ombligo.
—Tu turno.
—Pero…
—Pero nada. Suéltate el pelo.
Paula se llevó las manos al pelo y se soltó las pinzas que lo sujetaban, dejándolas caer sobre la alfombra a sus pies. Su espeso cabello negro cayó sobre sus hombros y su espalda.
Pedro entrelazó sus dedos entre sus cabellos, y ella sintió los dedos tirar de los mechones para inclinarle ligeramente su cabeza. Él inclinó la suya para besar sus labios. Al principio vacilante, y después con creciente coraje, Paula correspondió explorando con la lengua y moviéndose a la par con la suya. Podía sentir lo mucho que la deseaba en la dureza de los músculos de su cuerpo, y aunque sabía que no la quería del mismo modo que ella a él, estaba dispuesta a aceptar lo que le ofreciera.
Pedro deslizó sus manos hacia abajo con el vestido hasta que cayó a sus pies.
Cuando acarició sus pechos con los labios, Paula volvió a sentir cierta tensión en su interior, una tensión que estaba aprendiendo a identificar. El rítmico movimiento de sus dientes y de su lengua sobre los sensibles pezones, provocó un pequeño gemido en ella.
Él la aupó. Paula sintió el ardor de la piel de su torso contra sus senos antes de que la dejara sobre las finas sábanas de su cama, tumbándose a su lado. Se había desnudado completamente. La presión de la dureza de su miembro contra su cuerpo provocaba pequeñas oleadas de contracciones en el núcleo de su cuerpo.
—Esta vez, no te haré daño, Paula —susurró.
—Pero no… —se interrumpió cuando él delineó sus labios con la lengua.
A continuación, empezó a mordisquearle la mandíbula y luego el cuello.
Una risa se escapó de la garganta de Paula, sorprendiéndola. ¿Humor cuando jamás había ido más en serio? La vida estaba llena de contradicciones.
Él continuó su recorrido entre sus senos, deteniéndose un momento a la altura del ombligo, antes de seguir hacia abajo. Cuando ella sintió su cálido aliento a través de las bragas de encaje, todo raciocinio desapareció ante las olas de placer que recorrían su cuerpo. Se agarró con fuerza a las sábanas, conteniendo la respiración al sentir su lengua delineando el borde de su ropa interior. Con los dedos, retiró el trozo de tela, dejándolo caer al suelo, y empezó a recorrer con los labios la zona que sus bragas habían cubierto antes.
Las olas de placer que Paula experimentaba se fueron intensificando hasta hacerse casi insoportables. Justo antes de hacer que se desbordara, él se apartó, dejándola anhelante y temblorosa. Se deslizó con el cuerpo sobre ella, acariciándolo con las manos. Ella sintió cómo alargaba la mano por encima de su cabeza, y oyó cómo rasgaba un sobre. Tras un momento apartado de su cuerpo, él se acomodó entre sus muslos.
—Ábrete.
Siguiendo sus instrucciones, ella elevó las caderas y abrió las piernas. Él se deslizó dentro de ella con un suave y lento movimiento hasta quedar totalmente sumergido. Paula se deleitó con la sensación de unión con él. Su corazón llevaba
perteneciéndole mucho más tiempo de lo que creía, y ahora también le pertenecía su cuerpo. Nunca se había sentido tan atraída y absorbida por ningún otro ser humano como por Pedro. Admitir lo mucho que lo deseaba le aterrorizaba, e ilusionaba al mismo tiempo. ¿Cómo lo asumiría una vez se acabara todo?
Suspiró de forma errática cuando él retrocedió un poco para luego volver a sumergirse más profundamente, rebosándola completamente. Aquello no se parecía nada a su primer encuentro, cuando se habían dejado llevar por la excitación del momento. Aquello era hacer el amor a un nivel completamente diferente. Casi podía sentir sus latidos, oír su sangre recorriendo sus venas, respirar cada uno de sus suspiros.
Espirales de placer aumentaron en intensidad con los movimientos acompasados de uno y otro. Paula se elevaba con cada uno de sus impulsos, dándole la bienvenida, y retrocedía cuando él lo hacía, para a continuación, volver a recibirlo.
El tiempo y el resto del mundo habían dejado de existir. Se encontraban solos en una burbuja de placer y deseo. Una burbuja repleta de satisfacción cuando finalmente se derrumbaron llenos de regocijo. íntimamente entrelazados todavía, Paula se acurrucó sobre su pecho, deleitándose con el aroma de su masculinidad. A la vez sintió una profunda sensación de tristeza al recordar que aquello no podía perdurar.
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