lunes, 25 de diciembre de 2017
CAPITULO 16
La semana había resultado interminable. Su malestar y náuseas todavía le impedían visitar a Andrea, y se sentía culpable. Para empeorar las cosas, no sólo había estado vomitando en el trabajo, sino que además Julieta la había visto ese mismo día y se había preocupado excesivamente.
Finalmente, había aceptado de buena gana la sugerencia de Julieta de irse a casa temprano. Había recogido sus cosas y se había marchado mientras Pedro estaba ocupado en una videoconferencia. Lo único que le faltaba era que él también se preocupara.
Al rebuscar en su bolso el dinero suelto para el autobús, había encontrado los artículos de primera emergencia que solía llevar consigo en una pequeña bolsa de cosméticos. La pregunta de Pedro de la semana anterior seguía retumbando en sus oídos. Había estado muy segura al responderle que no podía estar embarazada, ¿pero era posible? Ya no podía rechazar esa posibilidad con total seguridad.
Paula entró en la casa y cerró con llave antes de ir al baño.
Dejó el paquete de la farmacia que había comprado sobre el armario de su diminuto cuarto de baño y sacó el contenido. Las instrucciones eran simples. Siguió los pasos al pie de la letra y, mientras daba vueltas en el pequeño espacio de la habitación cual animal enjaulado, trató de respirar y calmarse.
No podía estar embarazada. No cuando todavía tenía tantas preguntas pendientes sin respuesta, ni en su actual situación financiera. La vida no podía ser tan injusta con ella. Ni en sus peores pesadillas se había imaginado que algo así pudiera ocurrirle a ella. Se había prometido no tener hijos hasta estar segura de que no aportaría enfermedades ni infelicidad a otra vida humana, e incluso entonces, sólo los tendría si podía darles las cosas que ella nunca había tenido, un pasado, el amor incondicional de dos padres y la seguridad financiera para cubrir todas sus necesidades.
El sonido de un coche aparcando justo delante de su casa detuvo sus pasos abruptamente. Sintió cierta inquietud en el estómago. Oyó el eco de unos pasos que se acercaban a su puerta. Un fuerte golpe hizo temblar la puerta.
—¡Paula! —gritó Pedro Alfonso al otro lado del cristal.
Sus piernas temblaron al dirigirse hacia la puerta por el estrecho pasillo.
Despacio, abrió la puerta los pocos centímetros que permitía la cadena.
—Déjame entrar, Paula —su voz, suave y sensual, hizo que a Paula se le acelerara el corazón. Sin embargo, también había un cariz duro en su tono de voz, que exigía obediencia.
—No.
—Abre la puerta —levantó la voz un poco.
—Puedes decir lo que quieras desde donde estás y marcharte.
—Julieta dijo que te encontrabas mal otra vez. No creo que puedas engañarme esta vez, Paula.
Un chico que pasaba con su patinete, se detuvo en la acera.
—¡Oiga, señorita! ¿Quiere que vaya en busca de mi tío? ¡Él se encargará de él por usted!
Paula reconoció al chico de la casa dos puertas más allá, y no tenía duda alguna de que alguno de sus muchos tíos había tomado parte en la ruidosa macro fiesta del día de Nochebuena.
—¿Paula? —La miró por la ranura con el entrecejo fruncido—. ¿Quieres que el chico vaya a por su tío? Adelante, estoy de humor.
Ella tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta y, con dedos temblorosos, entornó la puerta lo suficiente para poder abrir la cadena.
—No pasa nada. Lo conozco —sonrió débilmente por encima del hombro de Pedro y vio al chico sonreírle antes de volver a montarse en el patinete—. Será mejor que entres —le hizo un gesto a Pedro para que la siguiera por el pasillo.
—Gracias —dijo, algo airado.
No estaba segura de haber hecho lo correcto. Pero tenía que dar la cara, igual que había tenido que dar la cara en otras encrucijadas en su vida.
—¿Puedo ofrecerte un té o un café? Aunque no tengo leche, lo siento —Paula había tenido que tirar los restos gelatinosos de la leche esa misma mañana antes de ir al trabajo.
—No, no quiero nada más que unas cuantas respuestas sinceras.
—Siempre he sido sincera contigo.
—Bien. Me alegro. Entonces no hay razón para no serlo ahora, ¿no es así?
¿Adónde quería llegar? ¿Acaso sabía lo de la prueba del embarazo? Paula no tuvo que esperar mucho para averiguarlo.
—Cuando Julieta me dijo que te encontrabas mal, pensé que te gustaría que te llevara a casa, en lugar de ir en autobús. Le dije que fuera en tu busca. Me sorprendió enterarme de que te desviaste para hacer unas compras antes de ir a la parada — agarró a Paula por los brazos—. ¿Te has hecho la prueba, Paula? ¿Me lo ibas a decir?
Ella trató de liberarse, pero él la agarraba con fuerza. Sentía el calor de sus dedos sobre la piel, y no podía evitar desear que le acariciaran otras partes del cuerpo. Estaba loca. Sólo una loca reaccionaría así.
—No me puedo creer que la enviaras a espiarme —se dio la vuelta para que no viera la llama de deseo que se reflejaba en su rostro—. Suéltame.
—Dime —dijo con exigencia.
—No lo sé.
—¿No sabes el resultado o no sabes si vas a decírmelo?
—¡Ninguna de las dos cosas! ¡O las dos…! ¡No sé! —Paula se liberó de sus manos—. Me estaba haciendo la prueba cuando llegaste.
—¿Dónde está? —exigió saber.
—Sobre el armario del baño —respondió con una vocecilla. Apenas había terminado la frase, él ya estaba de camino al baño.
Oyó detenerse sus pasos en el baño, y el estómago se le encogió durante la espera. Un sonido, como un gruñido apagado, recorrió el pasillo, seguido por silencio. Después, oyó el ruido de las cañerías y del agua correr en el lavabo.
Una sola mirada a su rostro y sus ojos ligeramente enrojecidos bastó para hundir el mundo de Paula.
Desorientada, se agarró al respaldo de una de las sillas de
metal que Pedro había evitado usar con tanto desdeño la última vez que había estado allí.
—¡No! ¡Dime que no es cierto!
—Claro que es cierto. Estás embarazada de mi hijo —dijo con una mirada fría y airada a la vez.
Otra sensación de náusea, más intensa que antes.
—¡Oh, Dios! —Con la mano sobre la boca, Paula recorrió rápidamente el pasillo.
Exhausta por el esfuerzo unos minutos después, apenas se dio cuenta de la presencia de Pedro detrás de ella, quien le frotaba suavemente la espalda.
—¿Ya has terminado? —Sonaba distante.
—Eso creo.
—Entonces, lávate la cara y ven conmigo.
—¿Contigo? —Paula estaba confusa—. ¿De vuelta a la oficina?
Pedro le ofreció una mano para ayudarla a levantarse y abrió el agua del lavabo. Paula tomó un toallita de franela y la puso bajo el agua para frotarse la cara antes de enjuagarse la boca. Pedro le alcanzó una toalla para que se secara y se quedó callado como una estatua mientras ella se secaba la cara.
—No. A un médico.
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