lunes, 25 de diciembre de 2017

CAPITULO 22





—¿Qué quieres decir con que no está? —Pedro recorría su despacho de un lado a otro, gritando al altavoz del teléfono sobre su mesa, como si eso fuera a refutar la información que acababa de darle Thompson de que Paula no había vuelto a la isla.


—Aún no han llegado, señor.


—Dave ya debía estar de vuelta en la oficina. Te llamaré otra vez —Pedro llamó a seguridad en el vestíbulo.


—¿Ha visto a la señorita Chaves abandonando el edificio…? ¿Sí? Encuentra la compañía de taxis que la llevó y adónde.


¿De qué iba? ¿Por qué no le había llamado para decírselo? 


El acuerdo al que habían llegado había sido muy específico. 


No debía ir a ningún sitio sin su aprobación. No debía haber confiado en ella. Cuando la encontrara, no iba a dejar que se alejara de su vista. Si la encontraba.


Se hundió en la silla. No podía desaparecer por completo, racionalizó. La encontraría. Encontraría a su bebé. Paula no tenía los medios para desaparecer por mucho tiempo.


—¿Qué? —Gruñó cuando Julieta se asomó a la puerta, de lo que enseguida se arrepintió—. Lo siento, ¿qué ocurre? —preguntó más calmado.


—Seguridad no consiguió el nombre de la compañía de taxis que buscaba, pero Stan dice que hizo una llamada de teléfono antes de salir corriendo. Nadie lo ha usado desde entonces. ¿Quiere que lo vuelvan a marcar?


—Lo marcaré yo mismo. Asegúrate de que nadie toque ese teléfono.


¿A quién podía haber llamado?


—Lo siento, señor, no sabía que no estaba… —perlas de sudor aparecieron en la frente de Stan.


—No se preocupe, Stan. No ha sido culpa suya. ¿Es éste el teléfono que usó? — preguntó, descolgando un teléfono.


—Sí, señor. Nadie lo ha usado desde entonces.


—Hospital Haven View —se oyó al otro lado de la línea. ¿Había ido a ver a su hermana? ¿Por qué?—. ¿Hola? —preguntó la voz del teléfono.


—¿Ha llegado ya Paula Chaves?


—Sí. ¿Quiere que la llame?


—No, no se preocupe. Llegaré lo antes posible —colgó precipitadamente y se dirigió a las escaleras de emergencia que llevaban al aparcamiento. Los neumáticos de su BMW chirriaron al subir la rampa del garaje a toda velocidad..


Haven View era el hospital más exclusivo de la ciudad, lo sabía por propia experiencia. La última vez que había pisado aquel hospital había sido para despedirse de su madre a los ocho años. A pesar del espléndido entorno y los vastos jardines exteriores, era principalmente un lugar al que la gente iba a morir. Pensaba que había olvidado los olores, la atmósfera, el temor. Pero todo volvió a su mente, tan nítido como si hubiera ocurrido el día anterior.


«¡Espabílate!», le gruñó al reflejo en el retrovisor. Tenía treinta y dos años, ya no era el niño aterrorizado de ocho años, el niño que gritaba para que lo dejaran ir a jugar al jardín en lugar de quedarse con su padre y hermanos en la habitación de su madre, una madre a la que apenas conocía, una mujer frágil postrada en la cama. Era demasiado joven para entender que un cáncer había destrozado a la vibrante mujer que había sido. Todavía podía ver la mirada de su madre, de compasión mezclada con pena, la dulce sonrisa que le había dedicado al salir de la habitación en el momento en que su padre, reacio, le había dado permiso para marcharse. Su hermano mayor, Eduardo, le encontró un poco después en el jardín, y su mirada le indicó que era demasiado tarde para despedirse. Había perdido la oportunidad para siempre. Su madre se había marchado.


Una bocina sonó frente a él, despertándole de golpe de su pasado. Pedro soltó una maldición y giró el volante del coche, esquivando por poco el camión que cruzaba la intersección hacia el puerto. Tenía que concentrarse. Tenía que llegar hasta Paula.


La entrada al hospital había cambiado, y casi se pasó la entrada con las prisas.


Al salir del coche y mientras se dirigía hacia la puerta, trató de borrar los recuerdos de aquel día. Jamás había imaginado que tendría que volver a pisar aquel hospital.


Su inesperada presencia llamó la atención de dos recepcionistas, que se dirigieron a él al mismo tiempo.


—Busco a Paula Chaves, tengo entendido que está aquí.


—Ah, sí, la segunda habitación a la derecha. ¿Es un familiar?


Antes de poder responder, un sonido penetrante llegó a sus oídos, un grito tan desconsolado y desgarrador que le puso el vello de punta. Un escalofrío recorrió su cuerpo. ¡Paula!


Voló por el pasillo y se detuvo abruptamente delante de la puerta donde Paula lloraba desconsolada sobre el cuerpo inerte de una joven. La delgada figura sobre la cama, aunque claramente devastada por la enfermedad, tenía una serenidad en el rostro que evidenciaba la batalla que había librado y finalmente ganado al liberarse de una vida postrada en la cama.


La habitación estaba llena de fotos en toda superficie disponible, pero Pedro no pudo quitarle la vista de encima a la imagen apenada de Paula. Una sensación de desesperada impotencia le sobrevino. No sabía cómo tratar con aquel tipo de emociones. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron ante el esfuerzo por vencer el impulso de abandonar la habitación. Paula lo necesitaba en ese momento. Tenía que quedarse, no podía abandonarla.


Una repentina oleada de actividad trajo a un médico y una enfermera a la habitación. Le dirigieron una rápida mirada, centrando su atención en Paula.y el cuerpo sin vida de Andrea. La enfermera apartó a Paula con gentileza, envolviéndola en sus brazos con fuerza, mientras el doctor examinaba rápidamente a la joven difunta.


—Paula, lo siento —dijo el médico con una voz rota de emoción—. Ahora descansa en paz.


—Era todo lo que me quedaba. Era todo lo que tenía —un nuevo torrencial de lágrimas cubrió el rostro de Paula al levantar la cabeza del hombro de la enfermera. De repente, se dio cuenta de que Pedro estaba de pie junto a la cama—. ¡Tú! ¡Qué haces aquí! —Escupió, como un neumático escupe la gravilla de debajo—. ¿Es que no puedes dejarme tranquila? No perteneces a este lugar. Vete. ¡Vete!


—Señor, ¿puede esperar fuera un momento y darle a Paula un poco de tiempo para despedirse de su hermana? —El doctor lo guió a la puerta, cerrándola suavemente tras él con una expresión de compasión en el rostro.


Pedro se quedó mirando la puerta mientras un sentimiento de desolación se adueñaba de cada célula de su cuerpo. 


Debería estar dentro con ella, dándole consuelo. Pero era la última persona en el mundo a la que ella quería ver. 


Aquel reconocimiento le afectó más de lo que quería reconocer.






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