lunes, 25 de diciembre de 2017
CAPITULO 18
Paula permaneció un rato sobre la camilla de la sala de examen. Las últimas palabras de la doctora aún retumbaban en sus oídos.
—Sin duda, Pedro y tú tendréis que hablar.
Se llevó la mano al vientre llena de incredulidad.
Embarazada. Ni en sus peores pesadillas se había imaginado que algo así pudiera pasarle a ella. Siempre había tenido tanto cuidado de no dejar a nadie acercarse a ella demasiado. La única vez en su vida que se había dejado llevar y cedido a un impulso, a la necesidad de otra persona, necesidad que había ocultado durante tanto tiempo, el destino se la había jugado.
Paula se estremeció. No podía permitirse criar a un niño.
Apenas se podía permitir mantener a Andrea, y menos a sí misma. Levantó las rodillas, adoptando una posición fetal.
¿Qué iba a hacer? Si hubiera tenido el lujo de unas circunstancias normales, la noticia de llevar al hijo de Pedro en su vientre habría sido una alegría, pero el peso de la responsabilidad que se le venía encima la paralizaba. ¿Y si el bebé tenía problemas? No podía soportar ver a otra persona amada morir de una muerte lenta y dolorosa.
¿Amada? No podía amar al bebé todavía. Era demasiado pronto. De hecho, no podía permitirse sentir nada por aquella nueva vida que crecía en sus entrañas cuando había tanto en juego.
Lentamente se estiró y se quitó de encima la sábana que la doctora le había puesto encima para mayor privacidad, un término totalmente incongruente después de un examen interno.
El sonido apagado de voces se filtraba a través de la puerta.
Tenía que vestirse y salir. No podía permitir que Pedro hiciera planes con la doctora, que le correspondía hacer a ella.
Al menos, aquello significaba que no tendría que seguir restringiendo sus visitas a Andrea por una infección de estómago.
La puerta de la sala se abrió.
—¿Estás bien? —preguntó Pedro con un brillo en los ojos que no pudo identificar.
—¿Bien? No, no estoy bien. No podía estar peor —no pudo reprimir la amargura de sus palabras. Deseaba escapar de aquella sala. Escapar de Pedro. De la verdad.
La expresión de Pedro se endureció.
—Ven. Tenemos que hablar de tu condición y cuidado.
—¿Qué tiene eso que ver contigo?
—Todo.
¿Cómo se atrevía a discutir sobre su cuidado con una extraña? Ya había sufrido a suficientes personas en su vida tomando decisiones por ella. Ya no era una niña, sino una mujer adulta, fuerte y capaz, con responsabilidades. Una mujer que no necesitaba a nadie más.
La doctora estaba sentada en su mesa, mirando a Paula como si estuviera sopesando sus palabras antes de hablar. Paula se sentó en la silla que Pedro le indicó.
—Según Carmen, necesitas suplementos y más descanso para recuperar las fuerzas. Sea lo que sea que hayas estado haciendo para llegar a este estado, tienes que parar.
—¿Parar? No tienes derecho a dictarme lo que hacer. Es mi cuerpo, mi elección, y no quiero traer otro niño no deseado al mundo —Paula sintió a Pedro tensarse junto a ella.
Carmen la miró espantada y con una mirada crítica.
—Si crees que este bebé no es deseado, te equivocas completamente —Pedro se puso en pie—. Lo siento, Carmen, pero Paula y yo tenemos algunas cosas que discutir en privado.
—Claro, es comprensible —Carmen le dedicó una sonrisa de preocupación antes de mirar a Paula—. No te precipites con ninguna decisión. Sé que la noticia ha sido una sorpresa imprevista para ambos. Pedro, creo que ya he dicho suficiente por hoy.
—Gracias, Carmen. Llamaré al especialista mañana.
—¿Especialista? No puedo costearme un especialista —Paula deseaba gritar… hacer cualquier cosa para llamar la atención. ¿Acaso su opinión no importaba?
Durante toda su infancia, se había sentido ignorada por la gente, que hablaba como si ella no existiera o como si no importara. Había hecho un gran esfuerzo por tomar el control de su vida, y no iba a sacrificarlo ahora.
La fuerte mano de Pedro la agarró por el codo, haciendo que se levantara de la silla. Una vez en el coche, Paula se sentó de mala gana en el asiento del copiloto. En lugar de poner el coche en marcha, Pedro agarró el volante forrado de cuero y se volvió hacia ella.
—Voy a dejar esto bien claro. No vas a encargarte de esto tú sola, ¿me entiendes?
Paula lo miró. La determinación en su mirada hizo que las palabras que iba a pronunciar se disiparan en la oscuridad. No iba a ganar la batalla, al menos no en ese momento.
—Te entiendo.
—Bien —sin más palabras, Pedro giró la llave del coche, poniendo su BMW en marcha.
Paula no prestó atención al camino de vuelta a casa hasta que tuvo que bajar la visera del coche para protegerse del sol de la tarde que brillaba frente a ellos. Si estuvieran de camino a su casa, el sol estaría a sus espaldas, y no cegándoles.
—Éste no es el camino a mi casa. ¿Por qué no me llevas a casa?
—Te estoy llevando —las manos de Pedro apretaron el volante.
—Este no es el camino a mi casa.
—No.
—¿Entonces adónde me llevas?
—A la mía.
—¿Al apartamento?
—No, a la isla.
—¿Qué?
—Ya me has oído —Pedro giró el volante, y entraron en la rampa que llevaba al aparcamiento del edificio de Alfonso Enterprises.
—¿Por qué?
—Paula, sé razonable. Ni siquiera tienes comida suficiente en tu casa para preparar una comida decente y menos todavía el dinero para comprarte una.
—¡Eso tú no lo sabes! —Paula lo miró con horror. ¿Cómo podía saberlo?
Detuvo el coche en su espacio del aparcamiento, se volvió y arqueó una ceja. Le dijo vagamente que sabía más sobre ella de lo que estaba dispuesta a contarle.
—Y tenemos que hablar del bebé, hasta cuándo puedes trabajar y esas cosas —Pedro le desabrochó el cinturón cuando ella fue a hacerlo.
¡Su trabajo! No podía permitirse dejar de trabajar. Se hundió impotente en el asiento del coche. Pedro detectó su abatimiento al instante en la caída de sus hombros y la inclinación de su cuello y de sus labios. Un destello de compasión se encendió brevemente, pero pronto lo sofocó.
No podía permitirse ninguna compasión, y menos cuando su mente todavía dudaba de ella. A lo mejor jamás le hubiera contado lo del bebé si no la hubiera presionado. Y quién sabía qué decisiones habría tomado ella sola, especialmente dada su precaria situación financiera. Y desde luego, no iba a dejar que nada le pasara a aquel niño. Ya le habían ocultado la verdad con anterioridad, y no iba a dejar que le ocurriera de nuevo.
Salió del BMW, apenas capaz de resistir el deseo de dar un portazo. Rodeó el vehículo para ayudar a Paula a salir de él. Ella reaccionó cual muñeca de trapo, una mujer completamente distinta de la mujer que había discutido con él en la consulta de médico, y más lejos todavía de la mujer cuya pasión había despertado en sus brazos, y que desde entonces invadía todos sus sueños y pensamientos. De camino al ascensor, Pedro hizo una llamada desde su teléfono móvil.
—Thompson, por favor, prepara una cena para dos junto a la piscina —hizo una pausa mientras escuchaba la respuesta de Thompson, su mayordomo—. No, la habitación de invitados no será necesaria. Llegaremos pronto —cerró el teléfono.
—¿Vuelvo esta noche? —Paula levantó la cabeza con esperanza en su mirada.
—¿Por qué ibas a pensar eso?
—Bueno, dijiste que no hacía falta preparar ninguna habitación adicional —su voz se desvaneció, sonando de repente insegura.
—Dormirás conmigo, donde pueda vigilarte a todas horas.
Le gustara o no, iba a dormir con él. No iba a correr ningún riesgo con algo tan preciado como un bebé. Compartir cama con Paula iba a resultar ser una tortura, pero su hijo o hija estarían seguros en sus brazos cada noche.
—No recuerdo haber aceptado ir a tu casa a dormir. Se supone que sólo íbamos a hablar.
—Hablaremos, no te preocupes por eso.
—¿Pero tengo que quedarme contigo?
—Sí —no era negociable.
Vio a Paula mordisqueándose el labio inferior.
—Una noche, entonces. Para que podamos aclarar las cosas.
Pedro dejó escapar el aire que Paula no había notado que estaba aguantando, aliviado por no tener que enfrentarse a su negativa. Pero una noche no sería suficiente para aplacar su preocupación. Haría todo lo posible para proteger a su hijo en todo momento.
Siguieron en silencio hasta el helipuerto en el tejado del edificio. A esas horas de la tarde, la mayoría de los empleados se habían marchado.
El helicóptero de la empresa, un elegante Agusta negro personalizado para Alfonso Enterprises estaba preparado en la pista. El piloto estaba ya en la cabina y la hélice en marcha, haciendo que se levantara el polvo. Pedro apretó a Paula contra su cuerpo para protegerla del viento y la guió a la puerta del helicóptero. Una vez dentro, Paula se abrochó el cinturón y se quedó quieta, sin osar moverse al notar que
su corazón se aceleraba y su estómago le advertía de que ya había tenido suficiente agitación por un día. Aunque había viajado en el Agusta con anterioridad, nunca había ido al santuario privado de Pedro.
—¿Vamos a la isla, señor?
—Sí, Thompson nos espera. Gracias, Dave.
Pedro miró a Paula y, ajustando sus auriculares, le hizo una señal para que hiciera lo mismo. Ella rechazó la invitación con la cabeza. No tenía ganas de mantener una conversación con él, al menos mientras sus nervios estuvieran tan a flor de piel. Necesitaba cada gramo de compostura para preparar sus ideas para la discusión que se avecinaba.
Tenía entendido que Pedro jamás había llevado una invitada que no fuera miembro de la familia a la isla que había comprado tras su divorcio. A corta distancia del distrito financiero de la ciudad, la isla era su oasis particular de paz y tranquilidad, un paraíso que guardaba celosamente.
Cuando llegaron a la isla y aterrizaron, Paula se sentía tan crispada y tensa, que un sólo roce, una sola palabra, harían que saltara en mil pedazos. Ignoró la ayuda de Pedro para salir del helicóptero, prefiriendo hacerlo por sí misma a pesar de la debilidad de sus piernas. Se agachó y caminó lo más rápido que pudo hacia la casa de piedra gris plateada de dos pisos que había unos cientos de metros más allá. Paula contó al menos tres chimeneas sobre el tejado de pizarra de pronunciada pendiente.
—¿Éste es tu hogar? —preguntó, fastidiada por no ser capaz de borrar de su voz la impresión que le causaba la casa.
—Es mi casa. Hace falta una familia para conseguir formar un hogar.
Familia. El que los dos desearan lo que no tenían era una cruel ironía. Dadas las circunstancias actuales, él tendría una familia en menos de un año, pero ¿dónde encajaría ella? ¿Querría formar parte de su vida? Paula apretó los puños ante su tormento mental. No quería tomar ese camino. Todavía quedaban demasiadas preguntas sin contestar en su vida.
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