lunes, 25 de diciembre de 2017
CAPITULO 21
Pedro apenas dijo una palabra en todo el tiempo de la visita al tocólogo, que confirmó el diagnóstico de Carmen y coincidió con sus recomendaciones. Fijaron un calendario de citas, primero mensual y luego quincenal, pero Paula no prestó mucha atención a los detalles. No podía permitirse interesarse por lo que le estaba ocurriendo a su cuerpo, de modo que evitaría participar activamente en el proceso mientras pudiera.
De camino al helipuerto, donde Agusta estaba esperando para llevar a Paula de vuelta a la isla mientras que Pedro se quedaba a trabajar, no paró de retorcer las asas de su bolso entre los dedos. Pedro estaba actuando como un carcelero,
escoltándola al helicóptero como si esperara que fuera a escapar, así que Paula prácticamente lo ignoró cuando, con un breve gesto de cabeza a modo de despedida, volvió hacia el edificio. Vio su silueta velada tras el cristal de la ventana, iluminada por la luz del ascensor, y luego vio las puertas cerrarse y haciendo desaparecer la silueta. Sabía que no debía sentirse afectada por su comportamiento, pues aquello era lo que ella se había buscado. Sin embargo, sintió el escozor de las lágrimas en los ojos.
Las hélices parecían vibrar más de lo normal, pensó, agarrando fuertemente su bolso, momento en el cual, se dio cuenta de que era el vibrador de su busca. Sintió un escalofrío. Sólo había una razón por la que su busca podía estar vibrando. Rebuscó con dedos temblorosos en el bolso, aguantando la respiración hasta finalmente encontrarlo. El número de la pantalla era el del hospital de Andrea.
El silbido de las aspas del rotor empezó a hacerse más agudo. Era ahora o nunca.
—¡Dave! ¡Para!
—¿Está bien, señorita Chaves?
—No, tengo que hacer una llamada urgente. ¿Puede esperar unos minutos?
—Llamaré al señor Alfonso.
—No le moleste. No tardaré mucho.
—Esperaré.
Salió disparada en el momento en que Dave abrió la puerta del helicóptero.
—¿Está segura de que no desea que llame al señor Alfonso? —gritó mientras ella se alejaba.
Paula se volvió a hacerle un gesto negativo con la mano en respuesta a su pregunta. Se dirigió directamente al ascensor, y apretó con desesperación el botón para que subiera.
Menos de un minuto después, su corazón latía con fuerza al abrirse las puertas en el vestíbulo.
—¿Puedo ayudarla, señorita Chaves? —Stan, uno de los guardas de seguridad del turno de día surgió desde detrás de la consola en un extremo del vestíbulo.
—Stan, necesito un teléfono. Es una emergencia. ¿Te importa?
—En absoluto, señorita. ¿Se sabe el número?
—De memoria —tomó el auricular y marcó un número tras otro.
Dos minutos después, Paula colgaba el teléfono con un nudo en el pecho. El doctor había acudido de inmediato a atender su llamada. Había estado esperándola, una mala señal. Le había dado las noticias que Paula tanto había temido oír desde las Navidades. La vida de Andrea se estaba apagando.
—¿Ocurre algo malo? —la voz de Stan penetró en la burbuja de conmoción que la envolvía.
—Necesito un taxi —su voz tembló al tener la garganta agarrotada por las lágrimas.
—Sígame, señorita. Le conseguiré uno en la parada de taxis.
Al salir del vestíbulo acondicionado para subirse al taxi, sintió el golpe del aire caliente y húmedo en el rostro. Stan le abrió la puerta del taxi y le dio un vale pagado por la empresa para el taxi al entrar. Una vez en marcha, le dio al taxista la dirección, y empezó a rezar como jamás había hecho antes.
«Por favor, por favor, no permitas que llegue tarde».
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